sábado, 4 de agosto de 2007

Campo de trabajo en Bratislava, 2007


En la fotografía Fernando Arredondo, autor de artículo
Cooperación Social de Granada, por segundo año consecutivo, ha colaborado en el desarrollo de un Campo de trabajo en Eslovaquia. Durante dos semanas, veinte universitarios dedicaron desinteresadamente su tiempo a trabajos de restauración del patrimonio local. Uno de los asistentes redacta así sus impresiones.
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En el mes de julio acompañado por universitarios de Jaén, Málaga y Granada, tuve la oportunidad de participar en un campo de trabajo en Eslovaquia, perteneciente a la Unión Europea, y situada en el centro. No obstante su nivel de desarrollo es muy inferior al de España, de modo que veinte personas pueden almorzar en un Mc Donal’s por 6 euros. La sensación al salir a la calle y ver tranvías y autobuses; así como la experiencia de viajar en un tren interregional; o la de un viaje exclusivo en vehículos que ya no se fabrican, se parece mucho a un salto en el tiempo, retrocediendo treinta años. Se conserva un cierto ambiente soviético, más marcado al llegar al aeropuerto silencioso de Bratislava y comprobar cómo un hombre vestido de gris pide el pasaporte.
Nuestro trabajo allí consistió en mejorar el patrimonio de tres aldeas muy perdidas, al sur del país: Berbice, Zbronjky y Kukucinov. Pero dedicamos también tiempo a actividades de animación cultural, que permitió a los naturales romper su rutina. Aldeas sin vida, rodeadas de parcelas de cultivo de girasol y trigo, en extensiones vastísimas que se pierden en el horizonte. La propiedad privado no existió allí durante muchos años y ahora no se sabe a quién pertenece la tierra, por lo que hay un desentendimiento generalizado. El grupo de jóvenes españoles que llegaban de un país opulento para ayudar en esas tres pueblos animaron a los naturales, que nos agasajaban con pasteles y té con limón, y que mostraban su perplejidad por ver a gente viajar muchos kilómetros para sacar de su dejadez los bienes culturales y los jardines del pueblo. Quizá lo más productivo de nuestro trabajo haya sido motivar e ilusionar a los oriundos de esta región con su tierra: vernos trabajar para que el tiempo destroce sin remedio el patrimonio, cosa que ellos mismos no han hecho, les sirve para ver que es posible y que merece la pena reconstruir, levantar, adecentar y reemprender.
Cuando la vida de un pueblo, de un país, carece de ilusión, cuando sus habitantes se sienten injustificadamente avocados a la extinción, no se trabaja, se abandona la tierra y se prepara la emigración a sitios mejores. Una buena política contra la inmigración podría ser la de incentivar la ilusión por el trabajo en los países donde se origina.

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